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11 de octubre de 2009
Tremenda helada que hubo anoche, y a nosotros no nos pasó nada de nada. Es que estamos acostumbrados a este clima, si pues incluso nos salvamos de la sequía de este verano. Ese fue el diálogo que me pareció escuchar al pasar por el lado de un grupo de notros de mi jardín. Y aunque pueda parecer que estoy loca, lo cierto es que desde que los planté hace 3 otoños atrás, ahí están y siguen creciendo por más que se me olvide regarlos. Me gustan especialmente los notros, porque junto a los chilcos y las botellitas, se llenan de picaflores y abejorros que me deleito mirando en la primavera y verano.
Es que para mi conocer la flora nativa ha sido un verdadero enamoramiento. Al principio yo no sabía nada de nada, jamás había escuchado hablar de un quillay o de un peumo, con suerte me habría tomado una agüita de boldo por ahí. Nací en el centro de santiago rodeada de edificios y mucho cemento y viví allí por 25 años, quizá por lo mismo se produjo este encantamiento con lo verde, la naturaleza y finalmente con la flora nativa.
Todo comenzó en la zona central cuando un día supe y conocí a la palma chilena y supe que era exclusiva de aquí y daba esos coquitos que tantas veces cuando niña había saboreado. Luego viví la experiencia del bosque esclerófilo con sus olores a peumo y boldo, disfruté la sombra de quillayes y maitenes y me deleité con el matorral costero de la Cuesta la Dormida, atrapando la neblina y de pronto dejando ver un majestuoso chagual con un picaflor libando de su flor o siendo visitado por una de las mariposas más grandes de Chile. O sus erectos cactus cubiertos de espinas y sutiles a la vez con sus flores blancas llenas de néctar y pequeñísimos insectos.
Y luego me vine al sur donde el primer regalo fue encontrar en el jardín de la casa donde llegué a vivir, decenas de orquídeas silvestres blancas y amarillas, las que han seguido floreciendo sin que tenga que darles cuidado alguno, soportando incluso juegos a la pelota, correteos de los perros y casuales pisoteos.
Desde aquí no se puede permanecer indiferente a la energía del volcán, la fuerza de sus ríos y a la paz, olores y saberes de sus bosques de coigües, robles, y raulíes, de araucarias en altura o de relictos como los de mañío-tepa, cada día uno encuentra un rincón para maravillarse.
Sin embrago, con algo de preocupación he visto también que hay personas que “limpian” y cortan gran parte de la vegetación existente, poniendo en su lugar aquellas plantas que más conocen, que crecen rápido, o que históricamente han visto plantar a la abuelita de su abuelita. Vemos entonces como se empieza a homogeneizar el paisaje con jardines llenos de hortensias, pinos, eucaliptos y aromos, entre otros. Con lo que, poco a poco, los terrenos van perdiendo la identidad y los secretos contenidos en un canelo, o un mañío, un chinchín o tal vez en un manchón de orquídeas silvestres.
Sin saberlo, y muy probablemente, sin quererlo, al plantar especies como el aromo están propagando plantas que se convierten en plagas y que puede impedir que crezcan las especies nativas, o bien son especies que consumen tanta agua, como el pino o el eucalipto, que es cierto crecen muy rápido pero cuál es el costo para las reservas de agua dulce que tomamos, o para el agua que va quedando para las otras plantas.
Antes de cortar y “limpiar” tómese el tiempo de leer estas líneas porque en el monte o en esos matorrales, o en esos troncos caídos, en los árboles muertos en pie, se encuentran la casa y refugio de un sin número de aves y de otros sorprendentes y misteriosos representantes de nuestra fauna nativa. Por ejemplo entre esos “costilla de vaca” (helechos) y esos troncos caídos de su jardín hay un nido de chucaos, en el hueco de ese gran pellín, que usted quiere sacar porque lo encuentra muy podrido vive un concón, misterioso búho que pocos chilenos han visto y que es un gran cazador de roedores. Y en esos calafates que le parecen muy desordenados habita una familia de chercanes, asiduos cazadores de insectos. Y en esos coigües maduros llenos de pequeños hoyitos anida un familia de Carpinteros gigantes, mire ahí está el macho con su cabeza colorada en ese golpeteo sin fin. No se asuste, la que salió volando allí es solo una perdiz, ave endémica de nuestro país, que se escondía bajo unas chauras.
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Por que no tomarse un tiempo, para conocer los poderes medicinales de las plantas nativas que nos rodean. Desde la época de la conquista todos los cronistas han destacado el amplio conocimiento que tenían los mapuches sobre el poder medicinal de más de 200 especies de plantas nativas y fue el mismo Capitán Winter quien curó del escorbuto a los marinos de su embarcación con canelo y en 1578 se lo llevó a Europa, de allí su nombre científico Drimys winteri. Incluso se han encontrado hojas masticadas de boldo en el sitio arqueológico de Monte verde, que sería el primer asentamiento humano en nuestro territorio que data de 12.000 a.p..
Por qué no tomarse un tiempo para descubrir sus sabores, se ha detenido a probar los frutos del chilco, el arrayán, el michay, el calafate, varias de estas plantas son usadas como especies ornamentales de alto valor en países europeos.
Plantar y conservar las especies nativas es un ahorro en tiempo, en energía, están mejor adaptadas a los suelos, no requieren de grandes cuidados, soportan las heladas y necesitan de poco riego, solo basta imitar las condiciones en las que viven en la naturaleza.
Quizá para plantar especies nativas, luego de superar el desconocimiento, haga falta solo un pequeño sacrificio, como esperar un poco más para que crezcan, pero acaso no estaremos ganando en diversidad, fuentes medicinales, refugios de aves y quien sabe qué otros posibles misterios más.
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Mensaje del autor: Cuidemos nuestra flora hoy para que nuestros niños la conozcan y disfruten mañana